lunes, 5 de abril de 2010

HISTORIA DE SUSPENSE CONTADA POR UN ORIENTAL

Corría el mes de Octubre. La lluvia no cesaba y la noche era más oscura que nunca. Fuertes descargas eléctricas mantenían una breve iluminación, más que breve, tenebrosa y el ambiente en la Loma de los Aparecidos era difícil de describir. El Sendero del Güije, con sus recovecos inesperados, ofrecía a esa hora de la madrugada un silencio roto solamente por la monotonía de la lluvia y el crujir de las ramas muertas bajo unos pasos mojados.
Los pobres ancianitos que vivían en el recodo de la Ceiba temblaban más de miedo que de frío. Aún en su memoria estaban frescas las imágenes de la lluvia torrencial que casi destruyó sus corrales, y sólo contaban con una vela pequeña con que alumbrarse hasta que la luz del día les devolviera la calma. La planta eléctrica fue dañada por la humedad y ellos no tenían valor para salir en la noche a pedir ayuda al pueblo, relativamente cercano.
Todas las historias de espíritus aparecidos y de almas en pena de muertos venían a su memoria desde la memoria de sus antepasados, y cada siseo de los insectos del monte erizaba el alma.
Los pasos mojados se acercaban con una lentitud de espanto. Por un momento se detuvieron para volverse a oír confundidos, ahora, con el temblor de los dientes de los pobres viejitos.
El crujir de los pasos ya se escuchaba en la cerca del jardín atravesando el breve espacio hasta la puerta.
Los viejitos sabían vivir el miedo. Se refugiaron en la cocina intentando conjurar el terror.
Los pasos bordearon la vieja casa de madera y se podía percibir el roce de una mano contra las paredes exteriores.
Impulsados por el miedo, los viejitos, temblando, tomaron algo para defenderse. Ella, un rosario y una estampita de La Milagrosa. Él, un cuchillo mellado de la cocina.
La pequeña vela se aproximaba a estertores y la luz se hizo más tenue.
Los pasos, decididos, se detuvieron en la misma puerta de la cocina y una mano empujó las tablas.
Las bisagras chirriaron. El viejito se reprochó mentalmente no haber pasado la tranca a la carcomida puerta; pero ya era tarde para hacerlo. La puerta se abrió suspirando comején y la oscuridad ocultó el rostro del temido visitante.
Un rayo lejano reflejó contra el negro marco de la puerta una silueta de edad indefinida.
El recién llegado, desde la puerta, dijo:
-¿Tiene paleticas?
La viejita se cagó.

Contado por Henry,
del grupo “Los Yerandis”, de Vado del Yeso.

NOTA: ESTE CUENTO PERTENECE AL LIBRO INÉDITO "LOS HUEVOS POR AGUA" del autor de este blog

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